domingo, 4 de enero de 2009

New year´s beer

El año nuevo permite que salga a la luz una tradición conocida por recordarnos la indisciplina en la que curiosamente somos constantes, una tradición que se nutre en el incumplimiento y está alimentada en nuestros deseos, que si no son los más necesarios por lo menos si los más urgentes. Hacer propósitos es un deporte que se gana en solitario y se pierde en dobles o en equipo. Para bajar de peso se necesita una báscula y un espejo, para subirlo un montón de fiestas y amistades de grasas saturadas. Hay quien tiene por propósito casarse y por obviedad se necesita que otro comparta dicho propósito o que algún incauto se deje persuadir por alguien cuyas suplicas, cuyo deseo cae en la desesperación (sólo así me explico a san Antonio de cabeza). El propósito no tiene límite, su descripción normal resulta ser infinita y extraordinaria. Puede ir desde terminar con traspiés la preparatoria a calificar al mundial, ser Licenciado, matar israelíes, matar palestinos, matar palestinos e iraquís, matar americanos que matan iraquís y palestinos y afganos, cruzar la frontera para trabajar, cruzar la frontera para turistear, terminar de hacer un negocio, etc, etc, etc.

Hay un propósito que no es exclusivo de los fines de año e incluso tiene más potencia en muchas otras festividades: el dejar de tomar, chupar, beber, ingerir alcohol, empedarse, ponerse hasta las chanclas, embriagarse……. Propósito hecho muchas veces al momento de una resaca infernal, donde la cabeza sufriente parece trinchera en un desierto. Quizá también se haga porque algún desdichado sufre de hepatitis, cirrosis o su coordinación motora esta rezagada o quizá algún accidente marcado, por el regalo de Baco, los ha marcado.
Ventajas debe de tener el dejar de tomar. Si uno es un borracho incontrolable ya no despachará vergüenzas y quizá su reputación se aligere, si uno es borracho violento dejará de repartir golpes y lo que es mejor de recibirlos y después no preguntarse de donde salieron los moretones o porque la camisa está manchada de sangre. Respecto a la salud del hacedor de propósitos no podemos estar seguros. Quizá su cuerpo ya no se vea intoxicado pero quizá se haga débil. No lo digo porque el alcohol de fuerza o sea un nutriente poderoso pero la vivacidad que otorgan unas copas nos hace entender la Valhala. Ignoro también si la disminución neuronal los hará unos idiotas o hará relucir al ser brillante. Lo menciono porque es típica la justificación que dice que al alcohol expande la creatividad y eleva el genio y se nombran diversos nombres. Si bien es cierto que sin un empujoncito etílico las obras de Fitzgerald, Hemingway, Huxley o Elizondo carecerían de un matiz revelador, no puedo ignorar la repugnancia que me provoca el teporocho que se la pasa mentando madres y del cual uno se aleja rápidamente. Sé que no es lo mismo, pero los tiros al aire por algún festejo y la bala del asesino más cruel pueden salir de la misma pistola. Es difícil evitar el sabor del brandy…pero lo que tomamos ¿es realmente brandy? ¿Tomamos realmente whisky? Lo pregunto por las cantidades exorbitantes de litros que se producen y si algo es admirable de la buena bebida es el cuidado con el que se fabrica. Espero que la era postindustrial no nos esté dando prealcohol. Creo que mi esperanza es fatua y las corporaciones despiadadas. Creo que a Faulkner nunca le dolió la cabeza como me está doliendo ahora. Las mal ponderadas micheladas son una opción viable para no hacer un propósito.