lunes, 28 de junio de 2010

Con la cabeza baja

Las costumbres de los de abajo

Ya con las emociones un poco frías pero todavía con la cabeza baja vuelvo a este –olvidado- espacio. ¿Cuántas metáforas de la derrota existen? ¿Esgrimirlas nos hace victoriosos o será que sólo sabemos discurrir a través de la vergüenza que significa ver el balón en nuestra portería? Ver de nuevo la playera albiceleste alzándose sobre el verde y escuchar un cielito lindo disminuido ante la sonoridad ganadora de las barras bravas. Esto lleva a comentarios xenófobos y racistas de ambas partes: la burla pampera se construye del nopal y los frijoles; el coraje mexicano señala una economía maltrecha y los excesos que hicieron mártir a Diego Maradona. El futbol es un pretexto para la nacionalidad, para justificar los colores y gritar el nombre de un país que pocas veces mencionamos con orgullo. Un soliloquio de la redondez.

Caparrós –ese argentino de bigote gambetero- dice que el futbol es la revancha de los fracasados, que si ayer queríamos ganar teníamos que sacrificar lo que le falta a la "pampa mediocre fracasada" , eso que nosotros gozamos. De habernos avisado antes hubiéramos preparado la hecatombe.

Existencia a campo traviesa

Cada cuatro años 23 jugadores y un cuerpo técnico son declarados campeones del mundo. La gloria no es exclusiva de su piernas pues se mueve de extraña forma cual caprichoso Jabulani. Los campeones no son sólo los proveedores de pases y disparos examinados por balística. Son las manifestaciones de los jodidos y los ricos, de los plomeros y los diputados, de los oficinistas y los maestros, hasta de los intelectuales renuentes al rito que terminan echando gritos, eso sí, académicos. La vida con sus múltiples aristas se vuelve redonda y se patea.

Ganar en futbol presupone para millones la igualdad. La democracia se funda en la derrota del poderoso, a ese que la enciclopedia señala como el candidato y favorito y por tanto se cree que la paridad se puede conseguir a través del deporte más igualitario. Más allá de la injusticia y la ingenuidad de esta creencia es cierto que millones de televidentes procaces gritan y agitan las manos con esta premisa en la frente. ¿Explicarlo? Como si el autogol o la anotación en fuera de lugar o las fracturas de tibia se pudieran explicar.

Ilusiones tras la línea blanca

Porque por momentos se imagina que el gol anhelado sirve de luz cegadora, de brillantez guardada que el mundo entero se había negado a ver. Parece que necesitamos una pelota perforadora capaz de solventar las fallas que nuestros genes y nuestras ciudades nos han heredado. Y de momento Silvestre Revueltas es tan necesario como Wagner, el Indio Fernández tan significativo como Godard, Rulfo tan venerado como Borges, Velasco tan palpable como Renoir. Nuestra juventud adolece y la sociedad respira hemoglobina pero creemos que si ese Hernández hace un gol a lo Podolsky, ese Blanco mete un penal a lo Gerad o ese Salcido sube y baja a lo Maicón puede significar que el sí se puede no es un grito de goza-derrotas sino una monodia de los inconformes. Y luego nos damos cuenta de que quien nos humilló hace cuatro años nos volvió a ver como mira un gato barrigón.

Recogiendo la bilis derramada

Un buen amigo me envío unos enunciados- muy argentinos- sobre el futbol. Señalo los que me parecen más veraces:

Cómo vas a saber lo que es la poesía
si jamás tiraste una gambeta.

Cómo vas a saber lo que es la humillación
si jamás te hicieron un túnel.

Cómo vas a saber lo que es la amistad
si nunca devolviste una pared.

Cómo vas a saber lo que es el pánico
si nunca te sorprendieron mal parado en un contragolpe.

Cómo vas a saber lo que es morir un poco
si jamás fuiste a buscar la pelota adentro del arco.

"Este reino de la lealtad humana" llamó Gramsci al futbol. Pobre de él si viera el mexicano. ¿Hablar de alineaciones que caen en la ignominia? ¿Enojarse por la vista recurrente de fantasmas cansados hechos futbolistas? ¿Quejarse por una pretemporada que en realidad fue el paraíso del marketing? Ya no.

Obviamente tenemos problemas más importantes que una constante eliminación en octavos de final. México tiene que voltear a sus debates, a sus injusticias, a la muerte de inocentes y a la fatua atención de las victimas “importantes”. A sus libros y a su poesía A la falta de ética en un país de moralidades convenientes. Al mexicano promedio no le gusta discutir - o siente una incapacidad- sobre estos temas pero parece que ya tiene suficiente con derrotas y mediocridades de empresarios disfrazados de dirigentes y auxiliares técnicos. Ojalá ese aficionado que se rasga la playera sea capaz de indignarse ante las otras injusticias y necedades que se reparten a diario. Porque esa exigencia lleva también a un mejor nivel de juego. No se debe dejar al futbol pero si hay que renovar esa visión incluso con la práctica: sea en el llano, sea en el futbol sala o en el siete, sea en el césped o en el cemento.

Reencontrar el balón como medio y fin para la honorabilidad, para hallar esa mezcla de elegancia y barbarie, como posibilidad del desarrollo físico y mental, como asomo de la poesía, como el encuentro de la virtud y lo imposible.
Pasar al quinto partido no hará que dejen de rodar cabezas o que a los impunes se les revele la bondad humana en forma de un pase filtrado- esos que sólo se empujan-. Dudo de que algún día en México exista un hecho deportivo que tenga causes sociales como el Rugby sudafricano o el atletismo estadounidense pero sería tonto sólo gritar: ¡Pan y circo! ¡Pan y circo!

México tiene que creer más en el futbol y menos en sus futbolistas

Y que conste que todo lo digo aún con la cabeza baja y con el coraje entre los dientes.