miércoles, 29 de julio de 2009

Espina de la batalla

Al entrar a mi habitación se puede ver un pequeño librero con decorados muy gastados cuyo estante superior se está venciendo. Pero más allá de las varias revistas y libros que contiene, destaca lo que hay sobre él: una réplica barata de una katana japonesa con la saya despintada y quebrada en algunas partes.

Dicho sable es un regalo que me hice en mi pasado cumpleaños puesto que sabía que nadie iba a regalarme algo así. A la expresión de mi madre -al verme empuñar tan peculiar objeto- llena de extrañeza le siguió la obligada pregunta sobre cuánto me había costado ese gasto “inútil”
No está de más mencionar que mis conocimientos prácticos de kenjutsu son nulos; en cuanto a los teóricos tampoco son prominentes, pero la lectura de Miyamoto Musashi me ha dejado varias nociones nada despreciables.

Pero ¿cuál era el objeto de tener una Katana en mi habitación? Al final de cuentas se trata de de un arma peligrosa ( por más que sea una imitación) y este mundo lo que menos necesita son jóvenes con cuchillotes bastante amenazadores. Al igual que a muchas personas me consterné por casos como los de “el asesino de la katana” en Murcia o el asesino de Akihabara, por no mencionar las masacres perpetradas por muchachos volátiles con armas de fuego.

Simplemente me gustan las espadas. Me gustan porque son armas elegantes y artesanales y si un guerrero debiera llevar armas, la espada es la primera opción: temible y honorable. Ya que no pude adquirir fácilmente una spatha medieval o una gladius romana –ambas bellas e históricas- tuve que optar por una opción accesible y popular, sin tomar en cuanta, claro está, los también envidiables sables de luz de Star Wars.

Otro aspecto por el que me gustan las espadas es por la rica mitología y simbología que parece destellar en sus hojas. Sin hacer distinción entre los distintos tipos que existen ( sables, floretes, cimitarras, etc) todas son signos no sólo de guerra, también representan virtud, bravura y justicia. Una espada separa el bien y el mal, puede ser destructora y creadora, son relámpagos que traen luz otorgando sabiduría y purificación. La espada de Vishnú es de fuego, símbolo del conocimiento, lista para probar a los que se lo merecen; mientras que en el Apocalipsis una espada sale de la boca del Verbo, dejando en claro que la palabra de Cristo es mortífera. Incluso en China el trigrama Li que corresponde al sol también se refiere a la centella y a la espada.

El arma muchas veces escoge a su portador -como Excalibur a Arturo- siendo eje de la historia como en la representación escita del mundo siendo esta una montaña en cuya cima hay una espada clavada. También es interesante el registro de espadas famosas tanto en la ficción como en la historia: la ya mencionada Excalibur, la Colada y Tizona de el Cid, Arendigh perteneciente a Lancelot, Hrunting de Beowulf o Dardo , Glamdring y Narsil, armas de Frodo, Gandalf e Isildur en El Señor de los Anillos.

El mirar la hoja, degustar la empuñadura y palpar la vaina nos hace recordar a los tres famosos mosqueteros, a Edmundo Dantés, a Beatrix Kiddo , a la pelea entre Anakin y Obi- Wan. Y es que a pesar del avasallador avance tecnológico en cuestiones militares y armamentísticas, la espada sigue siendo espejo del temple y de la fuerza que va desde las primitivas Xifos, usadas por los mirmidones, hasta las complejas zanpakutōs, espadas literalmente espirituales de la serie nipona Bleach.

Me quedo con las metáforas o kenningar referidas a la espada incluidas en los poemas escandinavos: hielo de la pelea, fuego de yelmos, roedor de yelmos, espina de la batalla, remo de la sangre, lobo de las heridas, rama de las heridas.