viernes, 2 de julio de 2010

Una pequeña anécdota

El partido esperado: Naranja Mécánica contra el Scratch du oro, Holanda contra Brasil. Ganó Holanda, ganó el menos cobarde, ganó el que aburrió un poquito menos. Aunque después de la eliminación de México mi apoyo estaba con Brasil, por mi hubieran perdido los dos, un partido como el de hoy hace pensar a uno si el futbol debería ayudarse de las manos.
Es notable como Robben , Sneijder, Kaká, Fabiano, Robinho, Van Persie y compañia son anulados no por el juego del rival sino por el temor a hacer el ridículo en un escenario tan grande. Si Brasil y Holanda no te dan un buen juego de Futbol (sí, con mayúscula) nadie te lo va dar.

Uno tiene que saciar su hambre y por tanto en la tarde decidí ir a una cancha de futbol siete, con la ilusión de ver si no un gol mundialista por lo menos un disparo con algo más que displicencia.
Primer partido. Los empleados de una empresa arman la cascarita . Sin uniformes, con barrigas capaces de desbalancear a un linebacker, con la graciosidad que da la manifestación de la no-técnica. Marcador final: 3-3. Por cierto el equipo que en un principio se veia más debil iba perdiendo 3-0 y casi le da la vuelta al partido.
Digno encuentro que acabo con el disfrute por parte de los dos equipos de una botella de Bacardi al lado de la cancha.

Decidí quedarme a ver otro partido pues se trataba de un encuentro del torneo local. Menuda sorpresa cuando vi que se trataba de un encuentro femenil. Por un lado Vaqueritas con un espantoso uniforme mezcla de rosa y gris. Enfrente estaba el San Francisco que lucía el uniforme sudafricano. Playeras lastimosas para los ojos.
Tras el silbatazo empezaron los toques de primera intención y las patadas recías que sólo las mujeres pueden dar. Las verde-amarillas poseen una delantera - que le propinó una sonora nalgada con furia a una contraria- con una larga melena a lo Guardado y una defensa menudita y de rostro amable que a pesar de su desventaja física, muestra su calma cada vez que el balón se posa en su tenis multicolor.
Las rosas son un equipo más armado. Su primer gol llega tras recorrer la cancha en tres toques. La portera le entrega a la lateral, esta filtra cual jugadora de billar un balón perfecto a su delantera que pone un pase en el punto penal para la mediocampista que llega con una fuerza digna a disparar. Su mejor jugadora , que trae el ocho en el dorsal- mezcla de ama de casa y soldado- dispara tres veces de media distancia y mete dos goles en el angulo.
Las verdes alcanzan a reponerse con un gol que pega en el poste y se mete con agonía.
Final del primer tiempo: 3-1

Ya no quise ver más. Tenía suficiente para pensar. Este texto es un intento de sacar conclusiones. De como me levante para ver un Brasil- Holanda y terminé disfrutando a las Vaqueritas contra San Francisco. Por lo menos el partido en Sudáfrica tenía mejores uniformes.

lunes, 28 de junio de 2010

Con la cabeza baja

Las costumbres de los de abajo

Ya con las emociones un poco frías pero todavía con la cabeza baja vuelvo a este –olvidado- espacio. ¿Cuántas metáforas de la derrota existen? ¿Esgrimirlas nos hace victoriosos o será que sólo sabemos discurrir a través de la vergüenza que significa ver el balón en nuestra portería? Ver de nuevo la playera albiceleste alzándose sobre el verde y escuchar un cielito lindo disminuido ante la sonoridad ganadora de las barras bravas. Esto lleva a comentarios xenófobos y racistas de ambas partes: la burla pampera se construye del nopal y los frijoles; el coraje mexicano señala una economía maltrecha y los excesos que hicieron mártir a Diego Maradona. El futbol es un pretexto para la nacionalidad, para justificar los colores y gritar el nombre de un país que pocas veces mencionamos con orgullo. Un soliloquio de la redondez.

Caparrós –ese argentino de bigote gambetero- dice que el futbol es la revancha de los fracasados, que si ayer queríamos ganar teníamos que sacrificar lo que le falta a la "pampa mediocre fracasada" , eso que nosotros gozamos. De habernos avisado antes hubiéramos preparado la hecatombe.

Existencia a campo traviesa

Cada cuatro años 23 jugadores y un cuerpo técnico son declarados campeones del mundo. La gloria no es exclusiva de su piernas pues se mueve de extraña forma cual caprichoso Jabulani. Los campeones no son sólo los proveedores de pases y disparos examinados por balística. Son las manifestaciones de los jodidos y los ricos, de los plomeros y los diputados, de los oficinistas y los maestros, hasta de los intelectuales renuentes al rito que terminan echando gritos, eso sí, académicos. La vida con sus múltiples aristas se vuelve redonda y se patea.

Ganar en futbol presupone para millones la igualdad. La democracia se funda en la derrota del poderoso, a ese que la enciclopedia señala como el candidato y favorito y por tanto se cree que la paridad se puede conseguir a través del deporte más igualitario. Más allá de la injusticia y la ingenuidad de esta creencia es cierto que millones de televidentes procaces gritan y agitan las manos con esta premisa en la frente. ¿Explicarlo? Como si el autogol o la anotación en fuera de lugar o las fracturas de tibia se pudieran explicar.

Ilusiones tras la línea blanca

Porque por momentos se imagina que el gol anhelado sirve de luz cegadora, de brillantez guardada que el mundo entero se había negado a ver. Parece que necesitamos una pelota perforadora capaz de solventar las fallas que nuestros genes y nuestras ciudades nos han heredado. Y de momento Silvestre Revueltas es tan necesario como Wagner, el Indio Fernández tan significativo como Godard, Rulfo tan venerado como Borges, Velasco tan palpable como Renoir. Nuestra juventud adolece y la sociedad respira hemoglobina pero creemos que si ese Hernández hace un gol a lo Podolsky, ese Blanco mete un penal a lo Gerad o ese Salcido sube y baja a lo Maicón puede significar que el sí se puede no es un grito de goza-derrotas sino una monodia de los inconformes. Y luego nos damos cuenta de que quien nos humilló hace cuatro años nos volvió a ver como mira un gato barrigón.

Recogiendo la bilis derramada

Un buen amigo me envío unos enunciados- muy argentinos- sobre el futbol. Señalo los que me parecen más veraces:

Cómo vas a saber lo que es la poesía
si jamás tiraste una gambeta.

Cómo vas a saber lo que es la humillación
si jamás te hicieron un túnel.

Cómo vas a saber lo que es la amistad
si nunca devolviste una pared.

Cómo vas a saber lo que es el pánico
si nunca te sorprendieron mal parado en un contragolpe.

Cómo vas a saber lo que es morir un poco
si jamás fuiste a buscar la pelota adentro del arco.

"Este reino de la lealtad humana" llamó Gramsci al futbol. Pobre de él si viera el mexicano. ¿Hablar de alineaciones que caen en la ignominia? ¿Enojarse por la vista recurrente de fantasmas cansados hechos futbolistas? ¿Quejarse por una pretemporada que en realidad fue el paraíso del marketing? Ya no.

Obviamente tenemos problemas más importantes que una constante eliminación en octavos de final. México tiene que voltear a sus debates, a sus injusticias, a la muerte de inocentes y a la fatua atención de las victimas “importantes”. A sus libros y a su poesía A la falta de ética en un país de moralidades convenientes. Al mexicano promedio no le gusta discutir - o siente una incapacidad- sobre estos temas pero parece que ya tiene suficiente con derrotas y mediocridades de empresarios disfrazados de dirigentes y auxiliares técnicos. Ojalá ese aficionado que se rasga la playera sea capaz de indignarse ante las otras injusticias y necedades que se reparten a diario. Porque esa exigencia lleva también a un mejor nivel de juego. No se debe dejar al futbol pero si hay que renovar esa visión incluso con la práctica: sea en el llano, sea en el futbol sala o en el siete, sea en el césped o en el cemento.

Reencontrar el balón como medio y fin para la honorabilidad, para hallar esa mezcla de elegancia y barbarie, como posibilidad del desarrollo físico y mental, como asomo de la poesía, como el encuentro de la virtud y lo imposible.
Pasar al quinto partido no hará que dejen de rodar cabezas o que a los impunes se les revele la bondad humana en forma de un pase filtrado- esos que sólo se empujan-. Dudo de que algún día en México exista un hecho deportivo que tenga causes sociales como el Rugby sudafricano o el atletismo estadounidense pero sería tonto sólo gritar: ¡Pan y circo! ¡Pan y circo!

México tiene que creer más en el futbol y menos en sus futbolistas

Y que conste que todo lo digo aún con la cabeza baja y con el coraje entre los dientes.

martes, 9 de marzo de 2010

Como la noche



She walks in the beauty, like the night.
Byron


Existe una forma de respeto, incluso de veneración, hacia figuras del cine por parte de los espectadores y – menos frecuente- de los críticos. Intérpretes del desdén, rostros de la furia, gesticuladores de elegancia y poses de genialidad. Orson Welles, Cary Grant, Humprey Bogart, Lawrence Olivier, Al Pacino, Marcelo Mastroianni o Anthony Hopkins brindan actuaciones que llegan hasta el hígado de la emoción y hacen crecer leyendas tanto de los personajes como de los actores - ¿Hay alguna diferencia? Pero esos grandes portes son pobres- palabra grave- si se comparan con la presencia de las estrellas femeninas ante las cuales los hombres y las mujeres se rinden; los hombres con el rumor del deseo y las mujeres con el temblor de la envidia.





Las mujeres del cine, o mejor dicho, el cine de las mujeres, se nutre de las anécdotas llenas del orgullo, del conocimiento de la grandeza que bellas como Greta Garbo, Ava Gardner, Dolores del Rio, Gloria Swanson, Katharine Hepburn, Audrey Hepburn, Maria Félix, Catherine Denueve o Ryta Hayworh despedían como perfumes deliciosos y fatales. Los festivales actuales y las entregas de premios han perdido su brillo en la medida en que pierden sus mujeres. Es cierto que las actrices del cine mudo y del blanco y negro eran capaces de los más humillantes desplantes o de las escenas públicas más inverosímiles pero esas psiques transmutadas en bocas, ojos y cabellos épicos proveían a las imágenes de una sustancia mítica. Nadie soporta- o por lo menos yo no lo hago- a alguien capaz de humillar con la mirada y, quizá , una frase; nadie alaba a alguien que parece no ir más allá de sí mismo. A pesar de esto, esas míticas actrices son- en tiempo presente por favor- encantadoras y tienen a los hombres, al público y a toda una industria a sus pies

No digo que para tener filmes cautivantes la protagonista debe sentirse un atributo de Dios, sin embargo, la banalidad y la simpleza que embarga las formas actuales del arte no permite que la belleza y la interpretación se concreten en la actriz y el personaje. Por eso tenemos tanta película tonta y ya no se ven los vestidos rojos llevados con soltura que Pérez Reverte añora. La mujer en la pantalla ha dejado de ser deudora de sí misma. No alabo los desplantes ni los justifico en forma alguna más aplaudo un carácter a través del cual se pueden contar buenas historias.
Y es que de eso se trata el cine.





Para mí hay algunas mujeres en las que reencarna ese espíritu (claro, con variantes a veces no satisfactorias): Meryl Streep, Catherine Zeta Jones, Mónica Belluci, Diane Kruger. Mujeres a todas luces talentosas, bellas y sobre todo soberbias ante una cámara que maltrata y una profesión asesina. En su exquisito libro Cine o sardina Guillermo Cabrera Infante cuenta un hecho definitorio. Gloria Swanson –otrora estrella del cine mudo- acepta interpretar a Norma Desmond en Sunset Boulevard después que Mae West y Mary Pickford rechazaran el papel. Desmond es una actriz que se niega a aceptar que sus días de gloria pasaron y se envuelve con William Holden quien interpreta a un guionista de nombre Joe Gillis : Así cuando William Holden la reconoce como Norma Desmond, la antigua estrella de cine y le dice:
Usted era una de las grandes puede la Swanson replicar:
Soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas

viernes, 26 de febrero de 2010

De vuelta

Sin preámbulos uno regresa. La cabeza alta y el pecho de fuera. Las nubes disipadas dejan ver los folios que se llenan.