martes, 9 de marzo de 2010

Como la noche



She walks in the beauty, like the night.
Byron


Existe una forma de respeto, incluso de veneración, hacia figuras del cine por parte de los espectadores y – menos frecuente- de los críticos. Intérpretes del desdén, rostros de la furia, gesticuladores de elegancia y poses de genialidad. Orson Welles, Cary Grant, Humprey Bogart, Lawrence Olivier, Al Pacino, Marcelo Mastroianni o Anthony Hopkins brindan actuaciones que llegan hasta el hígado de la emoción y hacen crecer leyendas tanto de los personajes como de los actores - ¿Hay alguna diferencia? Pero esos grandes portes son pobres- palabra grave- si se comparan con la presencia de las estrellas femeninas ante las cuales los hombres y las mujeres se rinden; los hombres con el rumor del deseo y las mujeres con el temblor de la envidia.





Las mujeres del cine, o mejor dicho, el cine de las mujeres, se nutre de las anécdotas llenas del orgullo, del conocimiento de la grandeza que bellas como Greta Garbo, Ava Gardner, Dolores del Rio, Gloria Swanson, Katharine Hepburn, Audrey Hepburn, Maria Félix, Catherine Denueve o Ryta Hayworh despedían como perfumes deliciosos y fatales. Los festivales actuales y las entregas de premios han perdido su brillo en la medida en que pierden sus mujeres. Es cierto que las actrices del cine mudo y del blanco y negro eran capaces de los más humillantes desplantes o de las escenas públicas más inverosímiles pero esas psiques transmutadas en bocas, ojos y cabellos épicos proveían a las imágenes de una sustancia mítica. Nadie soporta- o por lo menos yo no lo hago- a alguien capaz de humillar con la mirada y, quizá , una frase; nadie alaba a alguien que parece no ir más allá de sí mismo. A pesar de esto, esas míticas actrices son- en tiempo presente por favor- encantadoras y tienen a los hombres, al público y a toda una industria a sus pies

No digo que para tener filmes cautivantes la protagonista debe sentirse un atributo de Dios, sin embargo, la banalidad y la simpleza que embarga las formas actuales del arte no permite que la belleza y la interpretación se concreten en la actriz y el personaje. Por eso tenemos tanta película tonta y ya no se ven los vestidos rojos llevados con soltura que Pérez Reverte añora. La mujer en la pantalla ha dejado de ser deudora de sí misma. No alabo los desplantes ni los justifico en forma alguna más aplaudo un carácter a través del cual se pueden contar buenas historias.
Y es que de eso se trata el cine.





Para mí hay algunas mujeres en las que reencarna ese espíritu (claro, con variantes a veces no satisfactorias): Meryl Streep, Catherine Zeta Jones, Mónica Belluci, Diane Kruger. Mujeres a todas luces talentosas, bellas y sobre todo soberbias ante una cámara que maltrata y una profesión asesina. En su exquisito libro Cine o sardina Guillermo Cabrera Infante cuenta un hecho definitorio. Gloria Swanson –otrora estrella del cine mudo- acepta interpretar a Norma Desmond en Sunset Boulevard después que Mae West y Mary Pickford rechazaran el papel. Desmond es una actriz que se niega a aceptar que sus días de gloria pasaron y se envuelve con William Holden quien interpreta a un guionista de nombre Joe Gillis : Así cuando William Holden la reconoce como Norma Desmond, la antigua estrella de cine y le dice:
Usted era una de las grandes puede la Swanson replicar:
Soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas