miércoles, 2 de septiembre de 2009

Correo rechazado, correo aceptado.


¿Ha escrito, querido lector, una carta? ¿Ha recibido una que sea inesperada o sorpresiva? El sólo hecho de abrir el sobre, desdoblar las hojas y leer es tremendo y emocionante. También lo es redactar y buscar como locos las palabras específicas para alegrar, entristecer o poner furioso a nuestro lector. Se puede decir que el enviar cartas es una actividad tan vieja como la escritura pues se trata de un mensaje no hablado entre dos personas cuyo contenido tiende a ser confidencial; claro que también existen cartas públicas o semiprivadas.
Lo más probable es que en muchas culturas de la antigüedad se escribieran mensajes escritos aunque por la acción degradante del tiempo y del hombre muchos de estos se han perdido. Esto nos ha privado de conocer detalles íntimos que revelen formas de vida y de conocimiento más profundos, alejados de la historia contada a grandes rasgos. Es tal la importancia de las cartas que algunas de ellas como las Epístolas de Horacio o las de Pablo en el Nuevo Testamento son referencia para entender varios aspectos de la cultura occidental. El género epistolar posee reglas que oscilan entre el protocolo y la estética, aspectos que ninguna carta estimulante desprecia y que ofrecen una lectura por demás atrayente.

Alfonso Reyes rescata la afirmación de Helánico, quien señala que el género epistolar parte de la hija de Ciro,:la Reina Atosa, esposa de Cambises y posteriormente de Darío. Aunque este dato es reflejo más de la necesidad de un origen que de una investigación nos permite visualizar el largo recorrido que tienen las cartas, pues aunque el hombre desarrolló tecnologías para simplificar sus actividades, el papel y la tinta serían por mucho tiempo siendo la mejor forma de mandar mensajes privados. Lo electrónico ha permitido una comunicación más rápida y variada, podemos saber de nuestros seres queridos apretando un botón o recibir alguna notificación en minutos y no esperar a que el cartero llegue y deposite el tan ansiado sobre en nuestro buzón. Pero aunque parezca una actividad anacrónica, el escribir cartas todavía tiene muchos practicantes que sufren y gozan entre el estilo y las pasiones.

¿Se imagina que hubiera sucedido si muchos autores de cartas famosas hubieran tenido a la mano una computadora con conexión a internet? Al ser el género epistolar el más afectado por los cambios tecnológicos - y recordando que según McLuhan el medio es el mensaje- es probable que muchos escritos no fueran los que conocemos. ¿Qué tal si muchos autores hubieran vivido en la era del teléfono celular, el blog y el e- mail? Dejémonos seducir por las posibilidades y las imaginerías.
Plinio el Joven narró en dos cartas la muerte de su tío, Plinio el Viejo durante la erupción del Vesubio en el año 79. En ellas describe un verdadero infierno de cenizas, gemidos de mujeres y gritos de hombres. Las cartas van dirigidas a Tácito, el famoso historiador romano, quien tiene un interés histórico pero también quiere resaltar la labor del Plinio el Viejo. Si viviera ahora, Tácito probablemente primero vería en la tele todo el despliegue de organizaciones para ayudar a los damnificados, después leería en los periódicos las crudas crónicas y vería las crueles fotografías. Quizá colaboraría haciendo una llamada y donando una cantidad baja de dinero. Pensaría en un homenaje póstumo para Plinio el Viejo por su labor académica y quizá al último llamaría a Plinio el Joven, o le enviaría un mensaje para darle el pésame y hacer una cita para la entrevista. Quizá la carta no hubiera existido.

Si san Pablo se hubiera querido comunicar con los Corintios pudo haber tomado un autobús- el apóstol gustaba de no ser ostentoso- y hablarles en persona.
Pero si las persecuciones se lo hubieran impedido bien hubiera hecho una video-llamada. Cuando le escribe a Timoteo bastaba un e- mail: saulo_tarso@hotmail.com a timoteo@yahoo.com .
Horacio escribió la Epístola a los Pisones, la cual era un tratado de poética donde se aconsejaba sobre la creación del buen arte. Quizá no imaginó que era más sencillo abrir un foro en la red o en todo caso un blog. Eso sí, sacrificando gran parte de la riqueza poética de su texto.

Voltaire de plano se hubiera hecho adicto al facebook o al hi5. Qué lujo tener a toda la corte de Francia dejándole comentarios y teniendo como amigos a Federico II y Madame Pompadour. Podría subir las fotos de sus viajes a Inglaterra y llenarlas de comentarios sobre los cuáqueros o el Canciller Bacon . Albert Camus pudo telefonear a Monsieur Germain al recibir el Nobel de Literatura y agradecerle sus enseñanzas. Joyce pudo emplear un webcam en lugar de escribir cartas eróticas a su mujer, Abelardo debió haber contratado un plan para que entre él y Eloisa las llamadas fueran gratis, Cicerón se hubiera filmado para hacer en Youtube gala de su retórica y a Stevenson lo hubieran entrevistado en televisón para defender al padre Damien.
La novela de Choderlos de Laclos Las relaciones peligrosas sería un vil chismorreo en el Messenger. ¡Qué dilema el de Edgar Alla Poe y su cuento La carta robada! ¿Quién le creería esa historia teniendo a la mano un teléfono? ¿Cuántas cartas a 221B Baker Street no existirían? ¿Qué diría la carta de Don Quijote a Dulcinea?
Algunos cartas no pueden cambiar en su formato, como la del “Che” a sus hijos, la de Kafka a su padre o las de Vincent Van Gogh a su hermano Teo. Esto es bueno para cualquier lector como también lo es el que Voltaire no conociera el myspace ni Allan Poe el e-mail. Así leemos más cartas y empezamos a escribirlas y quizá alguna enriquezca a un lector curioso de la correspondencia ajena.


Bueno, sólo un poco de imaginería ¡Bastaba más!