miércoles, 24 de diciembre de 2008

La derrota de la inactividad

Estar quieto va contra la esencia humana. Ya sea para la virtud o los malos actos - incluso si se niega la existencia de dichos elementos- se necesita la dinámica. Como muestra basta recordar lo que causó el primer asombro a los filósofos griegos: el cambio. La imagen del fuego que tenía Heráclito es una motivación para descubrir todo aquello que nos hace diferentes, incluso de nosotros mismos, pues todo el tiempo estamos en desarrollo o en decadencia. Pero esta existencia cuasi cíclica exige también lo estático y nos enfrentamos e ese problema con una dialéctica que desemboca en lo que llamamos creación. Todos somos originales en mayor o menor grado, todos somos origen de algo nuevo que paradójicamente se inscribe en una instancia ya creada. Broma borgiana al fin y al cabo. Por eso uno se ve en la necesidad de escribir dentro de una red que se mueve a velocidades electrónicas pero que siempre está quieta, firme, como un sistema infalible. Por eso no hay que respetarla o temerle, porque corremos el riesgo de absorberle lo humano, de extraerle vilmente las características de sus creadores y en consecuencia caería en una rigidez recalcitrante o en un gelatinoso caos irreconocible. Quizá más que necesidad sea obligación y la creación sea una actitud predeterminada. Prefiero creer que controlamos a nuestros monstruos mediante el extraño advenimiento de las letras en la pantalla, algo así como un codex de lcd que por su carácter transitivo es caminante