lunes, 18 de febrero de 2013

Placeres solitarios



Detengan sus mentes. No haré referencia a voluptuosidades ni mucho menos haré apología de la soledad como forma de vida. El hombre existe para convivir pero generalmente sus relaciones terminan mal – o nunca comienzan- porque no sabe estar solo.
El placer y la soledad son hecho meramente personales y aunque que hay placeres cuya máxima realización no se alcanza de forma individual, no dejan de ser expresiones de una sola voluntad.  De lo sublime a lo nimio todos tenemos momentos en que disfrutamos estar apartados, no en una extensión del egoísmo sino en una forma del conocimiento. Es difícil hacer partícipe a alguien de esos espacios y tiempos, no porque no queramos sino porque es justo  ahí donde somos más exigentes y más intolerantes. Y si abrimos ese espacio es porque la persona que lo descubre se ha ganado nuestra confianza
Ahora hechos concretos. En artículo titulado Forever alone en el cine, Dalia Perkulis  señala que cuando uno se da cuenta de que puede ir solo a la sala, sin negociar horarios y soportar impuntualidades “se siente más fuerte que la droga”.  Si es posible no rehuyo ir acompañado, nunca está de más, pero sì procuro que la compañía tenga el mismo objetivo: disfrutar la película, acompañarse de otra soledad.   No hace mucho que tengo este hábito, mi primera vez fue con Buscando a Eric de Ken Loach y vaya que me agradó. Esto es no sólo para los cines de arte sino también en las salas comerciales, así sirve que se uno se traga las palomitas y refresco grande sin que la persona de al lado le rehúya a tu voracidad. Si hay algo que quieres ver ¿para qué quedarse con las ganas únicamente por no ir solo?
Otro placer: futbol a media semana. Agarrar un partido en miércoles a las ocho de la noche y acompañarlo con algo que comer y una cerveza me provoca una alegría inmensa. Es más, los disfruto al triple que en el fin de semana (donde uno está cargado de compromisos). Como en el caso del cine, esto se debe a hábitos que uno solía practicar acompañado: viví mucho tiempo en casas para estudiantes donde el futbol de noche era un gran pretexto para conversar y hacer fiesta. Es un placer de la nostalgia.
 Hay gente que encuentra el placer en  cocinar, otros en  cazar, hay  gente que viaja sola, otros simplemente dan paseos,  Y para mí todas son metáforas de la lectura: el enfrentamiento con lo propio,  la no solicitud de nadie, una apuesta contra nuestras propias limitaciones y deleites. Como cuando fuera de todo academicismo y cánones literarios uno se puede sentar con su obra favorita  y medir al mundo con esas horas que nos hacen sentir un globo en los pulmones.