lunes, 18 de febrero de 2013

Elogio de la hamaca



He releído con placer el ensayo de Rafael Lemus Contra la vida activa y sigo confirmando su actualidad y pertinencia.  Aunque breve, es potente;  esa misma brevedad va de la mano con lo que propone: una ética basada más en penetrar la vida que en controlarla, una cultura cuya base sea la verdadera transformación de lo real a través de la contemplación. Pero Lemus no retoma el cliché que considera la atenta mirada al mundo, a las personas o al arte como una experiencia reveladora de belleza. No; se corre el riesgo de que no se nos revele nada, de que nos aburramos o de que lo mostrado sea fangoso, terrible o abrumador. La proposición bien podría ser una apuesta por la quietud, y es que el principal enemigo del autor es el movimiento.

No es ya la búsqueda del éxito nuestro gran discurso, ahora es la actividad sin pausa pues no depende de ningún sistema político ni económico, ni de posturas morales o religiosas: “Multitudes se organizan y marchan y demandan todo salvo tiempo libre. La derecha, criminal, explota y enajena. La izquierda, no menos carnicera, exige más empleos, mejores salarios, grilletes de sórdidos colores”
Si acaso lo leen los señoritos trajeados, no tardarán en darle fustes a este ensayo, enarbolarán sus frases de cornejos y  demás motivadores para convencernos de su culto a la eficacia, a la productividad, hacernos devotos de la excesiva aceleración. Pero podemos desnudar su aparente entereza que no es sino su incapacidad para detenerse a pesar las palabras, los objetos los muchos rostros que a diario vemos. Imagino de nuevo a los eficientes pensando que esta es una apología del huevón y del inútil y empezarán a sacar sus manuales para hacer dinero, sus posgrados y de paso nos darán una palmadita en la espalda. Pocos como Lemus han fatigado nuestra literatura actual, pocos con su vigor crítico y su entusiasmo, pocos que arremetan como él contra nuestra política cultural. Porque la cultura tampoco se salva de esta infección: “Supongo que ya notaba la vulgar tendencia a hacer de la literatura un entretenimiento y del entretenimiento, una manera de degradar el ocio”

Atrás quedo el homo ludens de Huizinga, ahora hasta nuestro tiempo libre debe ser eficaz, las emociones adecuadas, el exabrupto medido, la aventura dosificada. No está hablando el autor de una parálisis, está hablando del verdadero esfuerzo, de la disciplina auto impuesta no de la ética empresarial que se nos quiere vender como filosofía de vida: “reconocer que la realidad basta,  e incluso sobra, y que, en vez de adornarla con más objetos, sería mejor acotarla, condensarla, intensificarla. Aceptar, en suma, que estar aquí, entre los otros y las cosas, es trabajo suficiente, demasiado trabajo”.
De nuevo veo a los esforzados reclamando la “mentira” de este texto. Sacan sus cifras y sus calculadoras y me restriegan que yo escribí esto en una computadora de una compañía cuya ética corporativa está plenamente reconocida. Se les olvida que yo antes lo escribí en papel y tengo la opción libre de comunicarlo sin el uso de la tecnología y que lo que califican como progreso no son sino pequeños pasos tambaleantes dados por organizaciones financiadas para correr maratones. Contra la vida activa no plantea nada que no se haya dicho antes en la páginas de Russell, Sheridan, Zaid o un más accesible Quino, pero si el ejecutivo que humilla a sus subordinados para ascender de puesto no se calla en todo el día, no está de más remachar argumentos contrarios, quizá los escuchen a pesar de que anden todo el día  con prisa.